De héroes sin capa va la cosa

Una jornada de esquí por delante: suena el despertador y, probablemente la diferencia entre “mamá, prepárame el desayuno” o ver a tu hijo “poniéndose las botas” sea el club de esquí en el que participa. Sin perjuicio de que en la educación de un niño intervienen tanto la familia, como la escuela y el sinfín de experiencias que le sucedan, aquí nos concierne y vamos a hablar del peso del club. Y es que es innegable que el esquí, por su naturaleza y el lugar de desarrollo, le supone una atmósfera totalmente distinta al niño, un hábitat que no es el suyo. Decimos que a priori no es su zona de confort y, además, por tratarse de una actividad física, habrá de poner mayor atención necesariamente para desenvolverse bien en ella. 

Como sabemos el esquí no empieza en pistas, sino al equiparnos. Preparar el material, madrugar, autobús de ruta y al llegar los niños no tardan en equiparse al completo, esquís en mano y ¡a deslizar! Todo esto conlleva una disciplina por parte del club que tarde o temprano los niños aprehenden, y son capaces de ser organizados y cuidadosos con su material, ropa, comida, y demás cosas que necesiten. Y voilà, hay doble premio: por supuesto que esta autonomía y seguridad germinada en el club hacen sus pinitos en la vida diaria. El niño desarrolla tales aptitudes en sus tareas cotidianas, en el cole, con sus compañeros y en sus relaciones, etc. Aprenden a desenvolverse solos y con facilidad, adoptando muchos valores para otras dimensiones de su vida.

Pero vamos a lo importante: quien verdaderamente carga con el peso de trasmitir autonomía e independencia a los peques es la filosofía del club y, en última instancia, el profesor de esquí.

¿Quién dijo que el esquí era un deporte individual?

Como deporte individual, el esquiador -sea de la edad que sea- pone en práctica sus cualidades técnicas, físicas y mentales a nivel individual. Sus bajadas son suyas, por tanto su concentración y motivación nacen en cierto modo aisladamente. Sin embargo, el trabajo en el club y en particular en un equipo de competición, genera una red de motivación colectiva y una empatía grupal difíciles de experimentar en cualquier otro club deportivo. Aparece incluso un sentimiento de cercanía al esquí del otro, a sus giros. Porque el “tú contra mí” se convierte en un “tú y yo” sobre la pista, aun marcando cada uno sus ritmos y trazados. Y más allá de que en las categorías de competición los corredores busquen pisar el pódium, en general en cada bajada se compite contra la nieve y la montaña.

Por otro lado, el esquí es un deporte que necesita de la convivencia. Normalmente se desarrolla en jornadas enteras que nos invitan a compartir diversos momentos tales como trayectos, comidas y numerosas bajadas, sin olvidar las subidas en los remontes, que para tanto dan. Por no hablar de los viajes, que eleva a su máxima el compromiso y espíritu de equipo en los chavales, así como su autonomía.  Y la verdad, dejando a un lado los paseos dominicales en bici o las pachangas de fútbol en las comidas domingueras, el esquí es uno de los deportes más divertidos y que más invita a practicar en familia –eso sí, sólo si aceptas que tu hijo progrese a más velocidad que tú-.